Enero 26 de 1983 Uchuraccay, este poblado de las alturas de la
provincia ayacuchana de Huanta saltó a las primeras planas de los diarios del
mundo cuando se conoció de la masacre de los ocho periodistas y el guía, que
fueron confundidos con senderistas. Treinta y dos años después, estos hechos
son una herida abierta en la memoria colectiva de los peruanos.

Entonces, nuevas palabras se pronunciaron, primero, entre
los habitantes de Ayacucho. Fue como un rumor que llegaba a las ciudades del
departamento en las voces asustadas de los campesinos, en los llantos de las
mamachas quechuahablantes, sus primeras víctimas.
Luego la duda se hizo temor, olía a pólvora, se
multiplicaban las pintas rojas en las paredes; aparecieron los primeros
cadáveres, y los primeros niños y jóvenes fueron arrancados de sus familias a
la fuerza para engrosar las filas del temible SL. Era el inicio del
apocalipsis.
Después, la prensa incluyó las palabras y estas se hicieron
comunes y corrientes entre los peruanos: comando de aniquilamiento, ataque,
guerra popular, viejo Estado, coches bomba, dinamitazos, apagón, estado de
emergencia. Y la muerte se hizo cotidiana.

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Los nombres de los ocho hombres de prensa (Eduardo de la
Piniella, Pedro Sánchez y Félix Gavilán, de El Diario de Marka; Jorge Luis
Mendívil y Willy Retto, de El Observador; Jorge Sedano, de La República; Amador
García, de la revista Oiga, y Octavio Infante, del diario Noticias de Ayacucho)
han quedado para siempre en la historia del periodismo nacional.

Pero los comuneros de Uchuraccay, después del asesinato de
los periodistas, no solo estuvieron bajo el escrutinio de la justicia, sino
también, en el lapso de un año, tal como recuerda el libro "Uchuraccay. El
pueblo donde morían los que llegaban a pie", de Víctor y Jaime Tipe
Sánchez, sufrieron por la muerte de 135 de sus habitantes, ejecutados por
Sendero Luminoso.

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