Enero 26 de 1983 Uchuraccay, este poblado de las alturas de la
provincia ayacuchana de Huanta saltó a las primeras planas de los diarios del
mundo cuando se conoció de la masacre de los ocho periodistas y el guía, que
fueron confundidos con senderistas. Treinta y dos años después, estos hechos
son una herida abierta en la memoria colectiva de los peruanos.
La pesadilla tiene fecha de inicio: 17 de mayo de 1980,
cuando ese movimiento subversivo de ideología maoísta apellidado Sendero Luminoso
(SL) quemó las ánforas y los padrones electorales de la comunidad alto andina
de Chuschi, en Ayacucho, declarando el inicio de su absurda guerra contra el
Estado peruano.
Entonces, nuevas palabras se pronunciaron, primero, entre
los habitantes de Ayacucho. Fue como un rumor que llegaba a las ciudades del
departamento en las voces asustadas de los campesinos, en los llantos de las
mamachas quechuahablantes, sus primeras víctimas.
Luego la duda se hizo temor, olía a pólvora, se
multiplicaban las pintas rojas en las paredes; aparecieron los primeros
cadáveres, y los primeros niños y jóvenes fueron arrancados de sus familias a
la fuerza para engrosar las filas del temible SL. Era el inicio del
apocalipsis.
Después, la prensa incluyó las palabras y estas se hicieron
comunes y corrientes entre los peruanos: comando de aniquilamiento, ataque,
guerra popular, viejo Estado, coches bomba, dinamitazos, apagón, estado de
emergencia. Y la muerte se hizo cotidiana.
Tres años después, los ayacuchanos (sobre)vivían entre dos
fuegos. Ya el general EP Clemente Noel Moral había sido nombrado jefe del
Comando Político-Militar de Ayacucho, y estaba informado de todo desde el
cuartel Los Cabitos; a la par, se dispuso que los hombres de prensa no salieran
de la ciudad sin permiso.
El 26 de enero de 1983, ocho periodistas se desplazaron
hasta Huanta y subieron al alejado poblado de Uchuraccay. El 21 de enero, en la
cercana comunidad de Huaychao, siete subversivos habían sido aniquilados, y al
día siguiente, el 22, cinco senderistas más. Los ocho y su guía llegaron para
averiguar sobre estos hechos; los comuneros, que pertenecían a la etnia
iquichana, dijeron después haberlos confundido con senderistas que venían a
tomar represalias, y los asesinaron. Explicaron que recibieron la orden del
Ejército de matar a todo desconocido que se acercara.
Los nombres de los ocho hombres de prensa (Eduardo de la
Piniella, Pedro Sánchez y Félix Gavilán, de El Diario de Marka; Jorge Luis
Mendívil y Willy Retto, de El Observador; Jorge Sedano, de La República; Amador
García, de la revista Oiga, y Octavio Infante, del diario Noticias de Ayacucho)
han quedado para siempre en la historia del periodismo nacional.
“¿Y cómo fue?, ¿qué sucedió? Por aquí pasaron y jamás
volvieron aquellos que fueron rumbo a Uchuraccay. Mártires de la noticia que
por buscar la verdad solo encontraron la muerte en Uchuraccay”, dice el huaino
"Por aquí pasaron", del compositor Luis Abelardo Takahashi Núñez.
Pero los comuneros de Uchuraccay, después del asesinato de
los periodistas, no solo estuvieron bajo el escrutinio de la justicia, sino
también, en el lapso de un año, tal como recuerda el libro "Uchuraccay. El
pueblo donde morían los que llegaban a pie", de Víctor y Jaime Tipe
Sánchez, sufrieron por la muerte de 135 de sus habitantes, ejecutados por
Sendero Luminoso.
El Informe Final de la Comisión de la Verdad (2003) indica
que los sobrevivientes uchuraccaínos tuvieron que huir a otras zonas de la
Sierra y la Selva. Se crearon dos grupos de investigación, uno presidido por el
escritor Mario Vargas Llosa, que señaló a los comuneros como responsables de
los hechos, y otro, a cargo del Poder Judicial, que sentenció en 1987 a tres
campesinos y ordenó la captura de otros 14. (José Vadillo Vila)
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