El viernes santo es un día de intenso dolor, pero dolor
dulcificado por la esperanza cristiana. El recuerdo de lo que Jesucristo
padeció por nosotros no puede menos de suscitar sentimientos de dolor y
compasión, así como de pesar por la parte que tenemos en los pecados del mundo.
La devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada
en la piedad cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva, e incluso se
encuentra en los escritos del Nuevo Testamento. La peregrina Egeria,
describiendo las ceremonias del viernes santo en Jerusalén el año 400 de
nuestra era, nos ha dejado un relato vivaz y conmovedor de la reacción de los
fieles ante las lecturas de la pasión. "Es impresionante ver cómo la gente
se conmueve con estas lecturas, y cómo hacen duelo. Difícilmente podréis creer
que todos ellos, viejos y jóvenes, lloren durante esas tres horas, pensando en
lo mucho que el Señor sufrió por nosotros"1.
La liturgia del viernes santo presenta una síntesis de los
mejores contenidos de la devoción a la pasión de Cristo. Ahí está el espíritu
de la Iglesia primitiva con su énfasis en la gloria de la cruz; ahí el
realismo, ternura y compasión de la Edad Media. Los contenidos de todas las
épocas, la piedad de la cristiandad oriental y la de la occidental se
entrelazan de alguna manera para formar un todo armónico.
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